miércoles, 18 de noviembre de 2009

Acabar con los pueblos


Acabar con los pueblos libres

Juan Meléndez de la Cruz

Durante todo el régimen de Porfirio Díaz, las haciendas habían crecido devorando las tierras de los pueblos y englobando en su seno a esos mismos pueblos. En 1910 las haciendas abarcaban el 81% de todas las comunidades habitadas en México; en los estados del centro de la república. Una cantidad importante de pueblos indios, aun habiendo sido despojados en todo o en parte de sus tierras, aguas o bosques, había logrado resistir fuera de las haciendas.

La liquidación generalizada de los pueblos libres no era solo un objetivo económico. Era también un objetivo social. Mientras la dominación de la corona española había convivido con ellos como tributarios y hasta había defendido algunas de sus prerrogativas frente al avance de la dominación de los hacendados, la moderna organización capitalista del país, con su doctrina individualista y su oposición a todo elemento de organización autónoma de las masas, a toda relación que no esté mediada por el dinero y no adquiera forma mercantil, necesitaba eliminar esa forma de organización campesina y de relación autónoma que eran los pueblos libres nucleados en torno a sus tierras comunales.

Los pueblos, como siempre, resistieron. Habían resistido durante siglos, aferrados a sus costumbres y a las viejas tradiciones comunitarias y enarbolando en sus interminables pleitos con las haciendas devoradoras de tierras, bosques y de hombres, los antiguos títulos virreinales que les reconocían las propiedad de sus tierras, esos documentos casi mágicos que cada pueblo guardaba celosamente y traspasaba de generación en generación como testimonio material de su existencia social.

Sin esperarlo, ni buscarlo, ni imaginarlo, la resistencia de los pueblos fue convergiendo con otras formas de la resistencia campesina y obrera contra la dictadura porfirista, y con la oposición de la pequeña burguesía urbana, multiplicada numéricamente por el mismo desarrollo capitalista, antes silenciosa o atraída por la “paz y el progreso” porfirianos, pero ya al inicio del siglo descontenta y hasta rebelde por el cierre de posibilidades de ascenso social causado por el anquilosamiento político del régimen. Esta presión social combinada contribuía a provocar síntomas de crisis y división en la misma burguesía capitalista y terrateniente, en cuyo nombre y representación ejercían el poder Porfirio Díaz y los “científicos”.

Estas contradicciones se agudizaron por los efectos de la crisis económica mundial de 1907 y su combinación con conmociones sociales, luchas de masas y revoluciones que marcaron la primera década del siglo (Rusia 1905, Irán 1906-1911, etc.) los campesinos mexicanos no tenían conciencia de eso; pero contaban con una forma de organización propia, tradicional, heredada de siglos, con sus propias relaciones que el capitalismo no había logrado eliminar. La organización comunal era el instrumento que permitía medir, discutir y organizar: así terminó por convertirse en el principal centro político de la guerra campesina mexicana de de 1910 a 1920.

La cinta “Francisco I. Madero. Místico de la libertad” será proyectada por el cineclub “Oro negro” del FLS de la Sección 10 el viernes 6 de noviembre a las 19 horas en el auditorio de la sucursal transportes de la Sociedad Cooperativa de Producción del Frente Liberal sindicalista, situado en la calzada de los Petroleros s/n, (a un lado de la delegación de tránsito) colonia Petrolera de Minatitlán. La entrada es libre y para todo público.


Pies de foto:

Campesinos con Madero

Campesinos en la Revolución

Zapatista en Sanborn’s

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